sábado, 31 de diciembre de 2016

El año de la incertidumbre: ¡COMO TODOS!

Que no sirva de precedente, pero tengo que darle la razón a Rajoy: este es el año de la incertidumbre. Aunque, bueno, no es sólo éste, sino todos en los que hemos vivido. No hay vida humana si no hay duda, porque nada es seguro más que el instinto que nos empuja a mantener nuestras vidas, aunque a veces se desvanezca y nos lleve a trágicas situaciones.

La religión ha perdido su carácter verídico y certero, se duda de la ciencia porque se emplea en investigaciones que se dirigen a un fin concreto y las mismas son financiadas por multinacionales con unos intereses determinados, la filosofía se pone en entredicho pues ya no sirve confeccionar grandes sistemas, sino pequeñas reflexiones válidas para cada uno. La labor de todo sistema político actual se pone en duda: ¡no son eficaces! La democracia es el gobierno de unos cuantos que creen ser todos. Y Dios, ¿qué hay de Dios? Es tan aparatosa y difícil la situación que no podemos afirmar que ha muerto, porque sencillamente no tenemos ni pajolera idea. 

Si seguimos dudando de absolutamente todo la situación acabará por explotar y se articulará una debacle de consecuencias inimaginables, posiblemente la peor en toda la historia de la humanidad, y, posiblemente, también, la última.


¿Qué nos queda, pues, ante tamaña situación? Hace tiempo escribí un libro titulado Cuestión de hormigas en el que comparaba la vida de los seres humanos imbuidos en este sistema de producción y consumo con esos entrañables insectos, y quizá algunas de las reflexiones que incluí en el mismo nos sean de gran ayuda. La sinopsis del mismo se presenta como la mejor de las mismas:

Cuando hemos perdido el norte casi por completo y estamos flotando a la deriva de nuestros impulsos y pasiones más egoístas, debemos tomar, de inmediato, una decisión. Si seguimos viviendo de esta manera, movidos por el vicio, el interés económico y la codicia, la debacle moral, y, consiguientemente social, es palpable. Hemos de agarrar nuestros pies con clavos tomando la mejor de las decisiones, permaneciendo serenos.

Ahora bien, ¿cómo agarrar nuestros pies de semejante manera y no morir en el intento? Tenemos tiempo para pensarlo. Feliz 2017.


 



 

martes, 27 de diciembre de 2016

China y el "Dulce Comercio"

Si existe un país que ejemplifique el proyecto expansionista no-violento ese es China. Sin considerar nada acerca de su gobierno, el cual muy posiblemente no caiga ni para un lado (capitalista) ni para el otro (comunismo), sino que permanezca en un punto medio, nos encontramos con un país que ha sido capaz de expandirse desde hace más de 20 años sin ningún conflicto armado de grandes dimensiones, exceptuando alguna represalía ejercida contra los revolucionarios del Tibet.

Y es que el país chino no ha necesitado ninguna guerra ni conflicto bélico para conseguir recursos y para desarrollarse y expandirse, sino que, con enorme astucia, los ciudadanos chinos han sabido manejar el mejor y más adecuado metodo que hoy por hoy tenían a su disposición: el comercio. China ha entendido que la guerra y la dominación de otros territorios a través de la fuerza no es el camino más acertado, sino que el realmente adecuado es el camino del comercio. Así, sin pretender una dominación directa el gigante asiático está entre las tres potencias económicas más poderosas del mundo, y mientras el resto de países entran en diferentes conflictos y creen que se disputan la hegemonía terrestre, China sigue a lo suyo: aumentando su producción y su ganancia, incrementando el nivel de sus empresas, comprando empresas extranjeras... Mientras otros se empecinan en seguir peleando para dominar el mundo, los chinos se han dado cuenta de que ese no es el camino, que el mundo puede llegar a gobernarse sin ninguna guerra, sino a través de las finanzas y la economía, de las que todo depende a día de hoy. 



¿Buen método para conseguir la paz o demasiado mundano? La historia nos dará la respuesta.  

 

lunes, 28 de noviembre de 2016

Hipócritas

Los más estúpidos se sentirán ofendidos, y me alegro porque así estaré cumpliendo con una de las máximas de la filosofía: ofender. Otros, los hipócritas de pensamiento y acción, alabarán lo escrito en estas líneas pero al poco tiempo volverán a las suyas, a saber: a decir una cosa y a hacer otra, en fin, a fingir. Estos no se darán cuenta de que lo que escribo va dirigido a todos y cada uno de ellos porque son tan hipócritas que, hasta en sus casas a solas donde solo escuchan su voz interior, se autoengañan como bellacos, como si no les bastase engañar a los demás.



¿Son más listos? No, ¿y mejores personas? Si ser mentiroso fuese considerado algo moralmente idóneo entonces sí, pero parece que no es idóneo ni se acerca a ello por obvias razones naturales. No son más que un cáncer, un doloroso tumor a extirpar, los hijos pródigos de una mentalidad confeccionada con grandes pinceladas de catolicismo. Sí, catolicismo, el credo de la hipocresía por excelencia, el credo de puertas para fuera que conlleva la putrefacción del alma y la voz interior. El engañamiento basado en la culpa y la vergüenza que juega con la imposición de una serie de normas morales completamente opuestas a nuestra naturaleza.

¿Cómo no va a haber hipócritas si somos educados en la vergüenza y no en la virtud?

¿Cómo no va a haber hipócritas si cualquiera al que no le viesen haría cualquier cosa?
We´ve got a problem.
 
 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

You couldn´t stump the Trump

Hace pocos años el expresidente de los Estados Unidos, en una reunión entre personas influyentes de dicha nación, se burlaba de un hombre que lo estaba escuchando, un magnate llamado Donald Trump. Parece que esto no le sentó nada bien y decidió prepararse para dar una lección a Obama. Es obvio que tenía otros motivos, pero posiblemente éste era el principal: la desconfianza depositada en la clase política. Así, se decidió por hacer campaña para conseguir ser presidente de dicho país, y, a partir de ahí, cambiar la situación a su manera. 

Pocos pensaron que el polémico multimillonario pudiese hacer algo en política, pero nuestro amigo (por llamarlo de alguna forma) iba escalando poco a poco hasta que fue elegido como candidato a la presidencia de los Estados Unidos por parte del Partido Repúblicano. Luego de una durísima campaña plagada de insultos y burlas hacia los otros posibles candidatos de su mismo partido, y un mensaje plagado de afirmaciones misóginas, homófobas, xenófobas, ultranacionalistas y etnocéntricas, llegó el momento de la verdad: su combate contra una mujer de armas tomar y curtida en mil batallas, la archiconocida Hillary Clinton.

La disputa permaneció en empate técnico durante mucho tiempo, posiblemente porque ninguno de los dos candidatos fuese muy superior al otro. Pero, luego de un tiempo, y poco antes de las elecciones celebradas hace unas pocas horas, algunos sectores comenzaron a hacer campaña contra Hillary desclasificando toda la red de correos que esta señora se enviaba con otras personalidades importantes en la que se podía apreciar algún mensaje y alguna salida de tono no del todo coherente con la postura que públicamente defendía.

Y llegó el gran día. Se celebraron las elecciones y Trump ganó, poniendo fin a 8 años de gobierno ejercido por el Partido Demócrata. Pero, ¿por qué ha ganado?

Es posible que muchos piensen que es aventurado dilucidar los posibles factores por los que este conocido individuo ha ganado las elecciones desde otro país, pues nadie conocerá mejor la realidad palpitante de los Estados Unidos que los ciudadanos del propio país. Sí, posiblemente sea cierto, nadie conoce mejor lo que le sucede que quien está experimentando dicho suceso, o eso suele decirse con mucha frecuencia. Pero, a veces, contra este principio de posesión de la verdad por parte de un sujeto acerca de algo que le acaece al mismo, un análisis y una descripción exterior no viene nada mal para darnos cuenta de que dicho individuo puede estar equivocado, pues podría creer que conoce las causas de lo que está sucediendo y realmente no saberlas o podría creer, movido por sus intereses y pasiones, que las causas son unas y no otras, o simplemente podría estar alucinando. Por eso, creo que en muchas ocasiones, en concreto en situaciones como ésta, una observación desde fuera, en frío, lo más lejos posible de dicho país y del sentir particular de cada uno de sus habitantes, es hasta beneficiosa. Así que me dispongo a reproducirla de forma bastante escueta por varios motivos, entre otros: 1) que no soy experto en política internacional, ni tampoco en política estadounidense, y 2) que para el análisis que realizo recojo información de diversas fuentes que muy posiblemente no sea completa, y que, con casi total certeza, en muchas ocasiones, está "un poquito manipulada" para hacer campaña en contra o a favor del ya presidente de los Estados Unidos.

Resumiré todo en dos factores fundamentales que no sólo afectan al pueblo norteamericano, sino que también están golpeando de lleno a los países europeos, y, en concreto, al país en el que me ha tocado vivir, España.

1) Desconfianza en las élites políticas tradicionales: En los sistemas políticos en los que vivimos, conocidos como democracias liberales, existe una discontinuidad enorme entre los representantes elegidos por los votantes, la clase política, y la mayoría de los ciudadanos del país en cuestión, lo que vulgarmente se llama gente o pueblo. Las democracias liberales son sistemas representativos que garantizan una serie de derechos y libertades a los ciudadanos de un país concreto, los cuales están recogidos en una constitución o declaración de derechos. En estos sistemas políticos una serie de individuos forman una serie de asociaciones que se llaman partidos a través de los cuales optan a gobernar el país para, en principio, mejorar la vida de los ciudadanos que decidieron votarlos. Así, realmente el pueblo elige, pero elige muy poco, porque únicamente participa en la vida política una vez cada x años introduciendo un papel en una urna. Estas clases dirigentes, autodenominadas socialistas, liberales, ecologistas, etc., en su mayoría, no cumplen las promesas que presentan a sus potenciales votantes y decepcionan enormemente a los que luego se deciden por votarles. Un claro ejemplo es la decepción que muchos norteamericanos se llevaron con Obama cuando antes de ser elegido presidente prometió que ordenaría la retirada de las tropas estadounidenses de Oriente Próximo y no lo hizo. Por este motivo -porque los gobernantes en cuanto llegan al poder, no sé si porque se corrompen o porque son unos embusteros, posiblemente haya de todo, hacen lo que les viene en gana y no cumplen casi ninguna promesa de las que hicieron en campaña- el pueblo, los que votan, en su mayor parte, se aburren de tanta palabrería y dejan de creer casi sistemáticamente en todo lo que digan estos individuos.

2) Este factor desencadena otro: los seres humanos necesitan soluciones a sus problemas. Necesitan unos médicos que los atiendan cuando caen enfermos, una serie de libertades para poder desarrollar sus vidas, una serie de ventajas y facilidades para hacerlo de forma idónea, etc. Por tanto, cuando aparece un individuo diferente que no pertenece a estas élites políticas y que ha estado del otro lado, del lado de los votantes y que también ha sentido el resentimiento de la mala gestión por parte de los gobernantes anteriores, y que así lo expresa en su discurso, como ha hecho Trump, este mensaje, lleno de rabia y odio, que hace ver a los ciudadanos, aunque puede que equivocadamente, que otro sistema de gobierno más beneficioso para ellos es posible, muchos se agarran a lo que el mismo piense o diga, y así sucede que, aunque el mensaje de algunos candidatos al gobierno de diferentes países sea, en parte radical, hace vibrar y emocionarse a estos individuos porque ven que, por fin, alguien se preocupa por ellos, y quiere mejorarles la vida, aunque sea a costa de echar a otros fuera de su país. Esto tiene que ver bastante con el típico dicho popular de agarrarse a un clavo ardiendo: la situación en el país es bastante negativa, x se presenta a las elecciones, el candidato x ha estado en nuestro lado y sabe lo mal que lo pasamos y lo descontentos que estamos, x es lo único que nos queda, x tiene que ser un buen gobernante. 

Ahora, en el concreto caso de Trump, el asunto todavía estaba más a su favor, pues, aunque emitiese varios mensajes desafortunados cargados de misoginia, homofobia y xenofobia, como también de ignorancia (me acuerdo cuando afirmó que el cambio climático era un invento de China para desacelerar la producción norteamericana de bienes: ¡estamos locos!), ha presentado una serie de medidas y propuestas que a cualquier ciudadano de cualquier país le encantarían. Ha prometido bajar los impuestos, instaurar un sistema fuerte de pensiones, construir un buen servicio de sanidad, etc. Por Dios, si a un ciudadano le prometen no pagar impuestos y seguir gozando de las mismas prestaciones o más, ¿se opondrá a dicha medida? 

Personalmente me parece un gobernante pésimo que va a necesitar de muchos asesores financieros y jurídicos para no acabar llevando a Estados Unidos a la bancarrota. Aparte de su mensaje anti-todoloquenoesnorteamericano, siendo norteamericano lo que él cree que es norteamericano, por supuesto. Pero, Estados Unidos ha elegido a su gobernante y ellos son responsables de dicha situación. Ellos tienen que responder ante su elección. Eso sí, de momento you couldn´t stump the Trump. Él ha conseguido lo que se había propuesto. ¿Durará mucho en el cargo?, ¿será víctima de un atentado porque no interesa a diferentes sectores con enorme influencia que siga en el poder?, ¿llevará a cabo lo prometido? Como dicen en las series de televisión: lo veremos en el próximo capítulo. De momento, espero que los políticos clásicos, los que se dedican única y exclusivamente a esto, reaccionen y comiencen a preocuparse por los ciudadanos de su país realmente. Quizá esto sirva de escarmiento para que todos espabilemos y hagamos las cosas mejor, tanto elegidos (que también son votantes) como electores.

Que tengan un buen día.



 




domingo, 30 de octubre de 2016

La gente

La gente hace todo mal,
La gente se mete conmigo,
La gente no vota a quien debe,
La gente muere,
La gente enferma,
La gente se confunde,
La gente se pelea,
La gente no tiene razón,

Y ¿yo?, ¿qué hay de mí?
¿Yo nunca me equivoco?
¿Yo no voy a morir?
¿Yo no enfermaré?
¿Yo no me peleo?
¿Yo no discuto?
¿Yo no voto a quien no debo?
¿Yo no me meto con nadie?


¿Por qué siempre es la gente y nunca soy YO?

 

domingo, 2 de octubre de 2016

Sin-sentido

      Cuando el mundo humano pierde todo sentido de trascendencia y todo fin o móvil común, los únicos medios que nos quedan para no caer en la barbarie y el absurdo son la fuerza de las palabras y los con-tratos. 



      Pero, una vez evadido lo dicho o lo pactado, el terror está servido: nuestra existencia es tan absurda como la del resto de seres vivos, pues se reduce al mero mantenimiento de la vida por el simple afán de supervivencia, a un estar por estar, a un vivir por vivir.


El vídeo no pega nada, pero hoy me apetece ser postmoderno.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Obsolescencia monárquica

No hay que ser un lince para darse cuenta de que el derecho hereditario-sucesor mediante el cual diferentes personas acceden a un trono o reinado no es más que una derivación del derecho divino o providencialismo para justificar el mismo asunto. 

Un individuo x, hijo de y, que ha sido rey del país p, accede al trono por eso mismo, por ser hijo de y. Y accedió al trono por ser hijo de z, y z por ser hijo de a. Todos estos reyes forman parte de un noble linaje, un linaje o línea sucesoria elegido desde un primer momento por las deidades de turno. Las divinidades, sean una o varias, son quienes, en un principio, escogen a las familias que van a gobernar al resto de personas. Y el primer escogido dirá: yo soy el elegido y mi familia os dominará. Esto ha sucedido en gran cantidad de ocasiones, pero no tenemos ningún tipo de evidencia de que los dioses elijan a los gobernantes en la tierra, y aunque fuese así no tendrían porque elegir de forma adecuada y justa a los mismos, sino que podrían equivocarse.



La monarquía se ha ido descafeinando a lo largo de la historia. Desde un absolutismo total en el que toda acción del rey estaba justificada por derecho divino, pues Dios era quien daba potestad y capacidad al monarca para hacer lo que pretendiese hasta un mero simbolismo antieficiente que encontramos en países como España. Pero, aún así, sigue viva, y esto a algunos nos hace pasarlo realmente mal por varios motivos distintos: Primero, no tenemos evidencia alguna de que un grupo de dioses hayan elegido a una familia para gobernar al resto; segundo, si esto fuese así, ¿por qué tendríamos que hacerles caso cuando sus decisiones nos van a afectar directamente a nosotros y no a esas divinidades?; tercero, los dioses han podido confundirse en su elección; cuarto, hacer que la vida de los seres humanos dependa todavía más de decisiones y factores externos es demasiado peligroso. Si nos equivocamos nos equivocamos desde nosotros mismos.

En la zona de Israel, hace cerca de 3000 años, el pueblo escogía a sus líderes. Su mandato se sometía a la voluntad popular. Y todos esos pueblos o tribus eran especialmente religiosos. Algunas ramas del islam suní eligen a sus líderes o gobernantes sin ningún tipo de alusión al factor divino. El propio Vaticano elige a su máximo representante, el Papa, por una decisión y un consenso aristócrata, sin que su derecho de gobierno proceda del cielo; ¿por qué nos empeñamos en algunos países en seguir manteniendo esta estructura gubernamental que no hace más que fomentar un vasallaje y una opresión simbólica?, ¿por qué nos negamos en aceptar el avance en la política, la ética y la ciencia y seguimos defendiendo estructuras que deberían estar totalmente olvidadas? 

Como escuché más de una vez:  habrá rey, mientras haya vasallos.

martes, 30 de agosto de 2016

El excremento humano

Nos rodea un mundo repleto de normas, leyes y principios reconocidos que nos hacen actuar de una forma determinada en cada momento. En la mayoría de las ocasiones estas normas son contrarias a nuestras apetencias e impulsos, y las cumplimos por miedo o por ansias de reconocimiento social. Muy posiblemente, si alguno de nosotros tuviese la capacidad de ser invisible evadiría toda esta legalidad y haría lo que le viniese en gana en cada momento. Que le prometí a un amigo que no tendría relaciones sexuales con su antigua novia, si no me ve no tengo de qué preocuparme; puedo hacerlo. Que prometí a mis padres que nunca aceptaría un soborno, si no se enteran no pasa nada; también puedo.


Y es que queremos mostrar que nuestra conducta es correcta y trabajada, pero no somos capaces de educar nuestros impulsos y apetitos más bajos, y usamos cualquier artimaña para saciarlos en cualquier momento. No importa el conocimiento, el trabajo o las leyes, sólo importa la satisfacción desenfrenada, la cual, por otro lado, pone muchas veces en juego nuestra vida o salud (véase el caso de un diabético que come dulces o un cocainómano). A pesar de esto existe algo que nos echa para atrás a la hora de satisfacer nuestros deseos, a saber: la imagen que damos a los demás. Así, siempre que nos vean el resto de personas, sobre todo allegadas, trataremos de dar una buena imagen, pero en cuanto se den la vuelta volveremos a lo nuestro. Esto se debe a que también deseamos ser bien vistos o reconocidos por los demás.


Esta sociedad y la mayoría de los individuos que la componen huelen muy pero que muy mal. ¡Esto apesta por todos lados! Nuestras vidas están completamente vacías: si dios/es, sin autoridad, sin un plan, sin intención de progresar, sin leyes... Nos mueven nuestras apetencias más bajas y nos llevan a una situación de vacío profundo de la que nunca saldremos. No existe el valor de la palabra o la promesa, todo vale para satisfacer los apetitos, satisfacciones cortas y fugaces que situamos por encima de todo lo demás. Aun con esas satisfacciones momentáneas siempre nos faltará algo, siempre habrá un vació que, en cuanto nos detengamos por un segundo, nos asustará enormemente. Nos daremos cuenta de que nuestras vidas no transcurren siguiendo más que el mero capricho momentáneo, ¡ya no la supervivencia!


Este mundo podría ser comparado con un excremento. Y aunque parezca que soy el escritor más pesimista de la historia, no es así, ¡no lo soy!, ¿Saben por qué? Porque, como dicen muchos, en la vida todo tiene solución, menos la muerte, que ya no es vida. Para solventar este caos necesitamos hombres y mujeres unidos que luchen por un mismo fin: mejorar la vida humana y reducir el sufrimiento cósmico.


Necesitamos que el compromiso, la valentía, la honestidad y la unión se sitúen por encima de la ira, la gula, la lujuria, la codicia, etc. Necesitamos seres humanos que eduquen sus pasiones y las guíen al fin anterior, que busquen el perfeccionamiento humano. Necesitamos personas que se enfrenten al vacío existencial sin temor y lo llenen de sentido y buenas intenciones. Necesitamos un mundo nuevo y para ello nuevas personas, personas que luchen por la felicidad y la supervivencia digna, no por la satisfacción momentánea de deseos y pasiones. Necesitamos dioses y héroes, pero en la tierra y con forma humana. Necesitamos aprovechar lo que somos, no destruirlo.

jueves, 25 de agosto de 2016

Del conejo al macrocosmos

El conejo come raíces de plantas. Así, se alimenta y permite que no haya exceso de plantas y que con ello se agote el agua. Las plantas sirven para alimentar al conejo y también para llenar el entorno de oxígeno. El conejo sirve de alimento al zorro o al águila, que son útiles para las plantas porque no permiten que la población de esos roedores se dispare y consuma a las anteriores. Si falla una pieza, sea cual sea, falla todo. Si no hay agua las plantas no crecen y los animales no beben, y en el caso del conejo no comen. Si los conejos no comen se mueren y los zorros o las águilas no tienen nada que comer y, por tanto, también mueren.



Parece como si el afán o instinto de supervivencia de cada ente contribúyese a un macroinstinto que pertenecería al ecosistema en cuestión. Y, ¿si pasase esto en la totalidad del universo?, ¿existiría algo así como un instinto de supervivencia cósmico presente en todo cuerpo, independientemente de su complejidad, que pueda sustituir a cualquier ente divino externo o al logos que impregna todo el universo y que permita explicar todo fenómeno?

viernes, 5 de agosto de 2016

El objetivo de la filosofía

Escribimos manuales y tratados extensos, usamos expresiones complejas, buscamos la respuesta a todo y tratamos de captar la esencia de lo real. 

Reflexionamos sobre Dios, sobre el universo y la naturaleza humana, pero, al fin y al cabo, lo que pedimos y buscamos una buena parte de los filósofos de hoy en día es respeto, tolerancia y paz. Es libertad de expresión y pensamiento.

Únicamente eso, cosa que parece nada compleja, pero que nunca logramos conseguir. Parece que seremos capaces antes de demostrar que algo que no existe existe que de conseguir respeto y tolerancia entre los seres humanos. 

¿Por qué somos así?, ¿qué parte de nuestra naturaleza es tan estúpida?

 

martes, 26 de julio de 2016

Occidente: tenemos un problema

Asesinatos, atentados, agresiones y abusos ejercidos por diferentes sectores de la sociedad se unen a la corrupción, la inutilidad y el tráfico de influencias ejercidos por los políticos de turno y a la falta de confianza de los ciudadanos de a pie en el sistema en el que vivimos. Por no mencionar la guinda del pastel- las multinacionales- las cuales, al fin y al cabo, toman las decisiones que les viene en gana y casi confeccionan las leyes y los programas políticos.

ISIS lleva atacando a Europa unos cuantos años. Antes lo hizo Al-Qaeda. A este problema se suma otro: una cantidad enorme de ciudadanos descontentos con el sistema en el que viven que están hartos de trabajar constantemente para enriquecer a un grupo de políticos inútiles y a unas sanguijuelas que trabajan en multinacionales a las que sólo les importa el dinero. Por si fuese poco, el resurgir de los radicalismos más extremos en Europa, como los grupos neonazis y fascistas en diversos países del continente, agrava todavía más la situación. Tenemos, pues, descontento de sobra, y hay para todos los gustos.

Vivimos inmersos en un sistema que pretende ser representativo, y, a veces, democrático. Pero no lo es, porque no gobiernan las leyes ni los políticos, y estas no son iguales para todos. Gobiernan las influencias y los intereses de unos pocos sobre la mayor parte de la población: gobierno el dinero y el afán por conseguirlo. Aparte de esto, el ansía de expansión de los países neoliberales, pertenecientes a Europa o los mismos Estados Unidos, ha llevado a una bélica y trágica confrontación con otras culturas y comunidades que tienen intereses opuestos. El ansia de tener razón está provocando que dos regiones que comparten gran cantidad de elementos culturales peleen por querer afeitarle la barba a Dios o dejársela crecer.



Hasta esto hemos llegado. Y, personalmente, no veo salida en este túnel si seguimos así. En el propio trato personal, en el día a día, todos quieren llevar razón, y sienten resentimiento y una pizca de odio hacia quien no quiere dársela. Imaginaos con temas que tienen mucha mayor trascendencia y afectan a muchas más personas...

Si todos los que han peleado por llegar a esta situación, la cual podría ser excelente para satisfacer los intereses de todos los sectores que he mencionado antes, viesen el panórama actual, volverían a la tumba rapidamente. Menudo monstruo hemos creado, pensarían. Y es que parece que no avanzamos, que no progresamos ni mejoramos, que seguimos peleando por las mismas cosas sin tratar de ponernos de acuerdo, respetarnos y colaborar entre todos para hacer de este un lugar mejor. Ya bastante tenemos con las enfermedades, las catástrofes naturales y los accidentes, ¿por qué empeñarnos en agravar más la situación?, ¿por qué no esforzarnos todos para mejorar lo existente? 

Tenemos todos los medios disponibles en nuestras manos para resolver esta encrucijada. Podemos hacerlo, pero no queremos. Nos adherimos a una serie de ideas con pegamento de contacto, seamos de una región o de otra, y por ellas vamos hasta el fin del mundo, sin saber, siquiera, si realmente defender esas ideas merece la pena, o si luchar o morir por ellas lo merece.

Podemos evitar una catástrofe mundial. Estamos a tiempo. Pero hemos de darnos prisa.


martes, 19 de julio de 2016

El zumbido del Congreso

Hoy se forman las Cortes en España, y todos los diputados tienen que jurar la Constitución mientras los encargados desde el estrado van diciendo sus nombres. Algunos únicamente juran, otros prometen cambiarla, y otros, sin comentarios. Decir que hacen el ridículo se queda corto, pero ¡allá ellos! 

Independientemente de lo que dijese cada uno, se escuchaba un murmullo de fondo, al que yo he puesto el nombre de zumbido. Mientras unos juraban y otros iban diciendo los nombres de los allí presentes para su posterior juramento, a los que no les tocaba hablar no se callaban, y contribuían en masa a ese sonido tan molesto, digno de una plaza de abastos o un campo de fútbol.

Algunos, los encargados de llamar a los diputados, estaban realizando un trabajo, más o menos importante, pero igualmente desempeñaban una labor necesaria para conocer quiénes juran la Constitución y quiénes no, y quiénes están ausentes y quiénes presentes. A los que les toca decir: "sí, juro" también les tocaba desempeñar un trabajo, el de presentarse como diputados que aceptan las normas del tablero, aunque luego, muchos, no sin razón, pretendan cambiarlas. Pero aun así, en esa cámara no se respetaba el turno de palabra de cada uno. El zumbido era constante, los murmullos no cesaban, y la poca seriedad de la cita brillaba radiantemente. 


Parece que el Congreso se ha convertido en un teatro, sino lo ha sido siempre, donde quienes actúan, buscan el aplauso de quienes escuchan y ven, y evitan el abucheo, aunque nunca serán capaces de agradar a todos. Así, cada uno decía lo suyo, mostraba su plumaje resplandeciente para encandilar a los espectadores. Que si juro en catalán, que si en vasco, que si en chino, que si hago el pino para reivindicar los derechos de los gimnastas. Y el murmullo del campo de fútbol y de la feria seguía. Ahí estaban todos. Señores y señoras formados hasta edades avanzadas, algunos que llevan muchos años en política, otros con varias carreras universitarias que son o han sido profesores. Muchos que han dado conferencias... Pero seguían sin respetar los turnos de palabra. Bueno no, respetaban los de los miembros de su partido, pero no de los demás.

Pues perdón porque sea yo el que lo diga, pero eso no es democracia ni es nada. Si estos 350 diputados no son capaces de respetar una cosa tan sencilla como el turno de palabra de cada uno, ¿cómo van a ser capaces de ponerse de acuerdo en algo?


martes, 28 de junio de 2016

Miedo al cambio

      Hace pocos días se celebraron en el país en el que me ha tocado vivir unas segundas elecciones, puesto que en las primeras, y luego de 6 meses, los partidos de turno no quisieron ponerse de acuerdo.

      En este día tan señalado en nuestro calendario muchos avivaron la llama del cambio y vieron la oportunidad de que de una vez por todas el mismo se hiciese efectivo. Pero en cuanto se cerraron las urnas y se comenzaron a dar los primeros resultados las sonrisas de muchos se convirtieron en caras largas. Ganaba el de siempre, y con mayor ventaja que en diciembre, y ellos, los del cambio y la ilusión, se quedaron con el mismo resultado, aguantando el tipo pero lamentándose por la abismal diferencia existente entre los ganadores y los vencidos, que ya no eran la segunda fuerza como muchos creyeron, sino la tercera, aterrizando en terreno abrupto con más violencia que nunca.

    Pero, ¿por qué ha pasado esto? Obviamente por diferentes factores que no puedo analizar por mis limitaciones físicas e intelectuales. No puedo conocer todas las intenciones y motivaciones de los votantes, pero sí que puedo destacar la presencia de un factor fundamental: el miedo al cambio. El ser humano, ser de rutinas y costumbres, ser que necesita seguridad y orientación en su vida, teme el cambio, le aterroriza el devenir y lo desconocido que pueda llegar con él, y prefiere pasarlo un poco mal día a día que arriesgarse en su vida sin saber lo que sucederá luego. El ser humano, desde muy remoto, es un ser de confort, al que le gusta sentirse cómodo. La historia demuestra que muchos prefieren tener pocas cosas seguras que jugársela sin saber lo que les deparará el destino. Mircea Eliade, en su libro Historia de las creencias y las ideas religiosas (tomo I), refiriéndose a los seres humanos que existían en el Paleolítico, dice lo siguiente, y parece estar demasiado acertado:
La extremada lentitud en el avance tecnológico no implica que la inteligencia se desarrollara a un ritmo paralelo. Sabido es que el extraordinario progreso de la tecnología en los dos últimos siglos no se ha traducido en un desarrollo comparable de la inteligencia del hombre occidental. Por otra parte, como se ha dicho, «toda innovación implicaba un período de muerte colectivo». El inmovilismo tecnológico aseguraba la supervivencia de los paleantrópidos.

     Por tanto, ese partido tan votado, ya muy conocido por todos, proponía seguir aplicando las medidas de siempre, las cuales permitían que la vida de los ciudadanos fuese exactamente la misma. Buena o mala, ahí ya no me meto. Y el otro partido, el aspirante, prometía realizar gran cantidad de cambios, quería remodelar el país de arriba a abajo. Y esto asustó a muchos. Cuando alguien entra en un quirófano para operarse siempre existen riesgos. Cuando alguien quiere operar a un país siempre existen riesgos, y a esos futuribles perjuicios se han agarrado muchos al votar hace unos días. Muchos habrán pensado que tienen coche y casa, comen todos los días, se visten y pueden asearse, y aunque no sean felices y tengan algunos problemas y molestias su cartilla de necesidades está satisfecha, así que mejor no arriesgarse, no vaya a ser que luego... Si gobiernan otros quizá pierdan todo eso, pensarán. Y no sin razón, nunca se sabe. La situación aun se agrava más cuando el líder del partido aspirante cambia de discurso e ideología constantemente. Ya no hay lugar para la seguridad que los hombres necesitan, ahora reina la duda y la incertidumbre, y lo mejor, entonces, es votar al de siempre para seguir como siempre, que tampoco se vive tan mal.


     Entonces, ¿merece la pena mantener las mismas estructuras de hace casi 50 años cuando ya hemos visto que no funcionan eficientemente?, ¿merece la pena estar insatisfechos con lo que nos rodea pero no arriesgarnos porque tenemos el estómago lleno?, ¿Se imaginan que Arquímedes, Leonardo da Vinci, Isaac Newton o Albert Einstein hubieran hecho eso?

     Como conclusión me gustaría decir que si queremos cambiar -yo creo tajantemente que sí, aunque no comparta la ideología de los de la sonrisa- necesitamos abanderados y líderes transparentes, claros y directos al hablar, con una voluntad fuerte, y constantes en sus ideas y planteamientos, que nos hagan ver que cambiar es verdaderamente posible sin terminar en devacle. Necesitamos ambición, voluntad y ganas de cambio, pero no ciegas ni unidas al odio o al resentimiento, sino acompañadas de seguridad, realidad, posibilidad y, sobre todo, de esperanza.

domingo, 26 de junio de 2016

Me gustaría que el fútbol fuese distinto

Son muchos años viendo partidos de fútbol, y en ellos, muchas veces, se repite la misma tónica: un equipo lo intenta, genera gran cantidad de peligro y ocasiones, y no marca gol, pero el contrario llega una vez a puerta y anota un tanto.

No puedo decir que es injusto porque el balón y las porterías no entienden nada de justicia. Ni siquiera nosotros sabemos realmente lo que es. Lo que sí es que me parece doloroso, tanto para el espectador como para el trabajo y el equipo que pone todos sus esfuerzos y sus ganas en el campo, aunque beneficioso para el que espera y despeja balones a sus delanteros para que, con suerte, enganchen alguno y metan gol.

No podemos olvidarnos que el fútbol es un espectáculo hecho para el disfrute de los espectadores. Y aquí la pregunta: ¿es espectáculo estar todo el partido defendiendo y tener una ocasión en 90 minutos, meter un gol y salir victorioso?, ¿de verdad estamos pagando entradas a personas que se dedican única y exclusivamente a mantener su portería a cero y se despreocupan por meter goles en la otra dejando todo lo que pase en la misma en manos de la fortuna?

Creo que nos hemos olvidado de algo muy importante: el fútbol es un espectáculo, un divertimento, y como tal ha de servir para entretener de la mejor forma posible a quienes asistan a los partidos y paguen una entrada o a quienes dediquen su tiempo en casa a ver los encuentros en su televisor. Algunos lo tildan como guerra o como batalla, incluso como forma de vida. Bueno, sí, para el futbolista es una forma de vida, pero el aficionado necesita dedicarse a lo suyo para poder desarrollar su vida, pues el balón no da de comer, únicamente, si es acompañado por 22 seres humanos habilidosos, servirá para divertir a los individuos que observen con detenimiento los partidos.



Ante estas situaciones veo necesario cambiar la mentalidad tanto de los futbolistas como de los aficionados que se agarran a unos colores por encima de cualquier suceso que ocurra en el campo. 

Nos gustan las películas porque nos divierten y con algunas aprendemos. Nos gustan los cuadros porque nos apasiona lo que vemos en ellos. ¿Por qué no nos gusta el fútbol porque nos apasiona y divierte como juegan dos equipos en un terreno de juego?

Si fuese así, ¿por qué no exigimos a todos los jugadores y equipos que practiquen un fútbol que sirva para deleitar a los espectadores que son quienes pagan las entradas?

Buenas noches.

jueves, 9 de junio de 2016

Reflexión de Stuart Mill

El siempre ingenioso Stuart Mill nos deja en su libro On Liberty de 1859, a caballo entre las páginas 205 y 206, la siguiente reflexión:
"El valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que lo componen; y un Estado que propone los intereses de la expansión y elevación mental de sus individuos, a un poco más de perfección administrativa o a la apariencia que de ella da la práctica en los detalles de los asuntos; un Estado que empequeñece a sus hombres, a fin de que puedan ser más dóciles instrumentos en sus manos, aun cuando sea para fines beneficiosos, hallará que con hombres pequeños ninguna cosa grande puede ser realizada; y que la perfección del mecanismo, a la cual todo lo ha sacrificado, terminará por no servirle para nada por falta del poder vital que, en aras de un más fácil funcionamiento de la máquina, ha preferido proscribir."

viernes, 27 de mayo de 2016

Me aburren las excusas

Si hago algo mal: existe un factor externo que conspira para que no consiga lo que pretendo.
Si hago algo bien: todo procede de mí, soy el mejor.
Si suspendo: fue el profesor, me tiene manía.
Si apruebo: soy yo, y todo es fruto de mi inteligencia.
Si me caigo: es que había una piedra molestando.
Si nunca me caigo: es mi paso firme y seguro.
Y es que siempre estamos buscando las causas del fracaso fuera y sacamos de dentro las causas del éxito.
Quizá no seamos, como dijo el difunto Manolo Preciado, ni la última mierda que cagó Pilatos ni el Bayer Leverkusen. Quizá cuando triunfamos no somos tan buenos, y cuando nos equivocamos o nos sucede algo perjudicial tengamos parte de culpa.
Eso sí, yo estoy harto de excusas. Yo quiero soluciones para los problemas.