martes, 28 de junio de 2016

Miedo al cambio

      Hace pocos días se celebraron en el país en el que me ha tocado vivir unas segundas elecciones, puesto que en las primeras, y luego de 6 meses, los partidos de turno no quisieron ponerse de acuerdo.

      En este día tan señalado en nuestro calendario muchos avivaron la llama del cambio y vieron la oportunidad de que de una vez por todas el mismo se hiciese efectivo. Pero en cuanto se cerraron las urnas y se comenzaron a dar los primeros resultados las sonrisas de muchos se convirtieron en caras largas. Ganaba el de siempre, y con mayor ventaja que en diciembre, y ellos, los del cambio y la ilusión, se quedaron con el mismo resultado, aguantando el tipo pero lamentándose por la abismal diferencia existente entre los ganadores y los vencidos, que ya no eran la segunda fuerza como muchos creyeron, sino la tercera, aterrizando en terreno abrupto con más violencia que nunca.

    Pero, ¿por qué ha pasado esto? Obviamente por diferentes factores que no puedo analizar por mis limitaciones físicas e intelectuales. No puedo conocer todas las intenciones y motivaciones de los votantes, pero sí que puedo destacar la presencia de un factor fundamental: el miedo al cambio. El ser humano, ser de rutinas y costumbres, ser que necesita seguridad y orientación en su vida, teme el cambio, le aterroriza el devenir y lo desconocido que pueda llegar con él, y prefiere pasarlo un poco mal día a día que arriesgarse en su vida sin saber lo que sucederá luego. El ser humano, desde muy remoto, es un ser de confort, al que le gusta sentirse cómodo. La historia demuestra que muchos prefieren tener pocas cosas seguras que jugársela sin saber lo que les deparará el destino. Mircea Eliade, en su libro Historia de las creencias y las ideas religiosas (tomo I), refiriéndose a los seres humanos que existían en el Paleolítico, dice lo siguiente, y parece estar demasiado acertado:
La extremada lentitud en el avance tecnológico no implica que la inteligencia se desarrollara a un ritmo paralelo. Sabido es que el extraordinario progreso de la tecnología en los dos últimos siglos no se ha traducido en un desarrollo comparable de la inteligencia del hombre occidental. Por otra parte, como se ha dicho, «toda innovación implicaba un período de muerte colectivo». El inmovilismo tecnológico aseguraba la supervivencia de los paleantrópidos.

     Por tanto, ese partido tan votado, ya muy conocido por todos, proponía seguir aplicando las medidas de siempre, las cuales permitían que la vida de los ciudadanos fuese exactamente la misma. Buena o mala, ahí ya no me meto. Y el otro partido, el aspirante, prometía realizar gran cantidad de cambios, quería remodelar el país de arriba a abajo. Y esto asustó a muchos. Cuando alguien entra en un quirófano para operarse siempre existen riesgos. Cuando alguien quiere operar a un país siempre existen riesgos, y a esos futuribles perjuicios se han agarrado muchos al votar hace unos días. Muchos habrán pensado que tienen coche y casa, comen todos los días, se visten y pueden asearse, y aunque no sean felices y tengan algunos problemas y molestias su cartilla de necesidades está satisfecha, así que mejor no arriesgarse, no vaya a ser que luego... Si gobiernan otros quizá pierdan todo eso, pensarán. Y no sin razón, nunca se sabe. La situación aun se agrava más cuando el líder del partido aspirante cambia de discurso e ideología constantemente. Ya no hay lugar para la seguridad que los hombres necesitan, ahora reina la duda y la incertidumbre, y lo mejor, entonces, es votar al de siempre para seguir como siempre, que tampoco se vive tan mal.


     Entonces, ¿merece la pena mantener las mismas estructuras de hace casi 50 años cuando ya hemos visto que no funcionan eficientemente?, ¿merece la pena estar insatisfechos con lo que nos rodea pero no arriesgarnos porque tenemos el estómago lleno?, ¿Se imaginan que Arquímedes, Leonardo da Vinci, Isaac Newton o Albert Einstein hubieran hecho eso?

     Como conclusión me gustaría decir que si queremos cambiar -yo creo tajantemente que sí, aunque no comparta la ideología de los de la sonrisa- necesitamos abanderados y líderes transparentes, claros y directos al hablar, con una voluntad fuerte, y constantes en sus ideas y planteamientos, que nos hagan ver que cambiar es verdaderamente posible sin terminar en devacle. Necesitamos ambición, voluntad y ganas de cambio, pero no ciegas ni unidas al odio o al resentimiento, sino acompañadas de seguridad, realidad, posibilidad y, sobre todo, de esperanza.

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