martes, 26 de julio de 2016

Occidente: tenemos un problema

Asesinatos, atentados, agresiones y abusos ejercidos por diferentes sectores de la sociedad se unen a la corrupción, la inutilidad y el tráfico de influencias ejercidos por los políticos de turno y a la falta de confianza de los ciudadanos de a pie en el sistema en el que vivimos. Por no mencionar la guinda del pastel- las multinacionales- las cuales, al fin y al cabo, toman las decisiones que les viene en gana y casi confeccionan las leyes y los programas políticos.

ISIS lleva atacando a Europa unos cuantos años. Antes lo hizo Al-Qaeda. A este problema se suma otro: una cantidad enorme de ciudadanos descontentos con el sistema en el que viven que están hartos de trabajar constantemente para enriquecer a un grupo de políticos inútiles y a unas sanguijuelas que trabajan en multinacionales a las que sólo les importa el dinero. Por si fuese poco, el resurgir de los radicalismos más extremos en Europa, como los grupos neonazis y fascistas en diversos países del continente, agrava todavía más la situación. Tenemos, pues, descontento de sobra, y hay para todos los gustos.

Vivimos inmersos en un sistema que pretende ser representativo, y, a veces, democrático. Pero no lo es, porque no gobiernan las leyes ni los políticos, y estas no son iguales para todos. Gobiernan las influencias y los intereses de unos pocos sobre la mayor parte de la población: gobierno el dinero y el afán por conseguirlo. Aparte de esto, el ansía de expansión de los países neoliberales, pertenecientes a Europa o los mismos Estados Unidos, ha llevado a una bélica y trágica confrontación con otras culturas y comunidades que tienen intereses opuestos. El ansia de tener razón está provocando que dos regiones que comparten gran cantidad de elementos culturales peleen por querer afeitarle la barba a Dios o dejársela crecer.



Hasta esto hemos llegado. Y, personalmente, no veo salida en este túnel si seguimos así. En el propio trato personal, en el día a día, todos quieren llevar razón, y sienten resentimiento y una pizca de odio hacia quien no quiere dársela. Imaginaos con temas que tienen mucha mayor trascendencia y afectan a muchas más personas...

Si todos los que han peleado por llegar a esta situación, la cual podría ser excelente para satisfacer los intereses de todos los sectores que he mencionado antes, viesen el panórama actual, volverían a la tumba rapidamente. Menudo monstruo hemos creado, pensarían. Y es que parece que no avanzamos, que no progresamos ni mejoramos, que seguimos peleando por las mismas cosas sin tratar de ponernos de acuerdo, respetarnos y colaborar entre todos para hacer de este un lugar mejor. Ya bastante tenemos con las enfermedades, las catástrofes naturales y los accidentes, ¿por qué empeñarnos en agravar más la situación?, ¿por qué no esforzarnos todos para mejorar lo existente? 

Tenemos todos los medios disponibles en nuestras manos para resolver esta encrucijada. Podemos hacerlo, pero no queremos. Nos adherimos a una serie de ideas con pegamento de contacto, seamos de una región o de otra, y por ellas vamos hasta el fin del mundo, sin saber, siquiera, si realmente defender esas ideas merece la pena, o si luchar o morir por ellas lo merece.

Podemos evitar una catástrofe mundial. Estamos a tiempo. Pero hemos de darnos prisa.


martes, 19 de julio de 2016

El zumbido del Congreso

Hoy se forman las Cortes en España, y todos los diputados tienen que jurar la Constitución mientras los encargados desde el estrado van diciendo sus nombres. Algunos únicamente juran, otros prometen cambiarla, y otros, sin comentarios. Decir que hacen el ridículo se queda corto, pero ¡allá ellos! 

Independientemente de lo que dijese cada uno, se escuchaba un murmullo de fondo, al que yo he puesto el nombre de zumbido. Mientras unos juraban y otros iban diciendo los nombres de los allí presentes para su posterior juramento, a los que no les tocaba hablar no se callaban, y contribuían en masa a ese sonido tan molesto, digno de una plaza de abastos o un campo de fútbol.

Algunos, los encargados de llamar a los diputados, estaban realizando un trabajo, más o menos importante, pero igualmente desempeñaban una labor necesaria para conocer quiénes juran la Constitución y quiénes no, y quiénes están ausentes y quiénes presentes. A los que les toca decir: "sí, juro" también les tocaba desempeñar un trabajo, el de presentarse como diputados que aceptan las normas del tablero, aunque luego, muchos, no sin razón, pretendan cambiarlas. Pero aun así, en esa cámara no se respetaba el turno de palabra de cada uno. El zumbido era constante, los murmullos no cesaban, y la poca seriedad de la cita brillaba radiantemente. 


Parece que el Congreso se ha convertido en un teatro, sino lo ha sido siempre, donde quienes actúan, buscan el aplauso de quienes escuchan y ven, y evitan el abucheo, aunque nunca serán capaces de agradar a todos. Así, cada uno decía lo suyo, mostraba su plumaje resplandeciente para encandilar a los espectadores. Que si juro en catalán, que si en vasco, que si en chino, que si hago el pino para reivindicar los derechos de los gimnastas. Y el murmullo del campo de fútbol y de la feria seguía. Ahí estaban todos. Señores y señoras formados hasta edades avanzadas, algunos que llevan muchos años en política, otros con varias carreras universitarias que son o han sido profesores. Muchos que han dado conferencias... Pero seguían sin respetar los turnos de palabra. Bueno no, respetaban los de los miembros de su partido, pero no de los demás.

Pues perdón porque sea yo el que lo diga, pero eso no es democracia ni es nada. Si estos 350 diputados no son capaces de respetar una cosa tan sencilla como el turno de palabra de cada uno, ¿cómo van a ser capaces de ponerse de acuerdo en algo?