miércoles, 31 de enero de 2018

Por qué The Sims cambió mi vida

Si pretendo ser sincero no puedo precisar el año en que empecé a jugar a The Sims, ni tampoco las horas que he estado inmerso en dicho videojuego. En fin, consideremos, de forma muy aproximada, que empecé a jugarlo a principios de los 2000 y que las horas dedicadas a dicha actividad han sido la concreta cantidad de muchísimas.

Este juego, como todos los que lo hayan probado sabrán, es una simulación, aparte de una obra maestra. La dinámica del mismo consiste en preparar las condiciones necesarias para dirigir la vida y desarrollo de un núcleo familiar más o menos extenso. Es preciso, pues, adquirir una parcela de terreno, prepararla y construir sobre la misma lo necesario para que se cumpla todo lo anterior. Aparte de esto, el usuario también tendrá que guiar a los individuos que viven en la casa que ha preparado para que tomen decisiones. Así, los controlará para que coman, se aseen, se entretengan, hagan ejercicio, rieguen el jardín, estudien, llamen por teléfono, usen el ordenador, vayan a la escuela, acepten/declinen ofertas de trabajo, etc.

Hasta aquí nada parece excesivamente llamativo, pero lo que es cierto es que existe un aspecto que puede despertar nuestra atención si reflexionamos mínimamente acerca de la relación de la dinámica de dicho videojuego y del desarrollo de nuestras vidas, pues algunas facetas de The Sims pueden llevarnos a realizar consideraciones serias acerca del estatuto de lo que denominamos comúnmente realidad. Es más, una reflexión profunda podría llevarnos a preguntas tales como: ¿qué es real?, ¿somos libres cuando decidimos?, ¿todo lo que nos rodea es real o es producto de una mera simulación?


Bien, cuando uno cambia su política de actuación a la hora de jugar y se dedica única y exclusivamente a observar qué hacen los entes simulados se podrá percatar de algo sencillamente, a saber: que parece que estos obran libremente. Es cierto, el usuario no interviene en absoluto en el juego y no introduce ningún comando, simplemente deja a la simulación actuar bajo su "libre arbitrio". Los entes que en ella se han generado comienzan a realizar acciones sin que nadie se lo ordene: se preparan la comida, comen, ven la televisión, se bañan en la piscina, realizan diversos ejercicios en el gimnasio, juegan a videojuegos. Incluso, de forma muy llamativa, se colocan unas gafas de realidad virtual y disfrutan de las aventuras en las que estas los sumergen. Y uno llega a pensar que estos individuos podrían poseer cierto grado de libertad dentro de la simulación. Es más, que incluso poseen conciencia de sí mismos y deciden qué hacer en cada momento.



Siendo realistas, al ser la primera entrega de The Sims un videojuego no demasiado desarrollado, puesto que fue lanzado, como dije al principio de la entrada, en los tempranos 2000, es legítimo dudar completamente de lo que acabo de decir, a saber: libertad de los entes simulados, autoconciencia, toma de decisiones... Pues, para ello, se necesitaría una "maquinaria mucho más pesada", es decir, una cantidad de detalles y mejoras profundas y radicales introducidos/as en el videojuego. Se tendría, pues, que complejizar enormemente todo el sistema.

A pesar de esto, la idea central no se hace ni mucho menos a un lado, pues podemos problematizar de igual modo acerca del estatuto de la realidad en la que creemos que nos ha tocado vivir. Es cierto que el universo de The Sims es mucho más sencillo que el nuestro, pero empleando la analogía a partir del desarrollo de dicho videojuego podríamos considerar también que nuestra vida es una simulación con un grado de complejidad mayor. Esto implicaría que la sensación que tenemos de ser libres, de elegir, de tomar decisiones y demás no es más que eso, una mera sensación dentro de una simulación donde todo estaría dirigido a través de unos cánones y pautas que se han establecido, y que nos llevan a actuar de una forma concreta. Por tanto, la libertad que experimentamos, la cual consideramos como fuente de posibilidades y, a la vez, como posibilidad de elección, sería una sensación más a través de la cual se nos ha programado.

A fin de cuentas, no existe, bajo mi punto de vista, ningún argumento sólido que nos lleve a considerar que lo que denominamos realidad es realmente lo real y que nuestra vida y todo lo que nos rodea y experimentamos es el resultado de una complejísima simulación realizada por sabe Dios qué. Quizá transhumanos que se divierten en sus avanzadas computadoras observando nuestras peripecias y desventuras, como propone Bostrom (2003), quizá entes de otros planetas...

¿Quién nos asegura, pues, que no estamos viviendo en una Matrix?


Que tengan un buen día.