martes, 30 de agosto de 2016

El excremento humano

Nos rodea un mundo repleto de normas, leyes y principios reconocidos que nos hacen actuar de una forma determinada en cada momento. En la mayoría de las ocasiones estas normas son contrarias a nuestras apetencias e impulsos, y las cumplimos por miedo o por ansias de reconocimiento social. Muy posiblemente, si alguno de nosotros tuviese la capacidad de ser invisible evadiría toda esta legalidad y haría lo que le viniese en gana en cada momento. Que le prometí a un amigo que no tendría relaciones sexuales con su antigua novia, si no me ve no tengo de qué preocuparme; puedo hacerlo. Que prometí a mis padres que nunca aceptaría un soborno, si no se enteran no pasa nada; también puedo.


Y es que queremos mostrar que nuestra conducta es correcta y trabajada, pero no somos capaces de educar nuestros impulsos y apetitos más bajos, y usamos cualquier artimaña para saciarlos en cualquier momento. No importa el conocimiento, el trabajo o las leyes, sólo importa la satisfacción desenfrenada, la cual, por otro lado, pone muchas veces en juego nuestra vida o salud (véase el caso de un diabético que come dulces o un cocainómano). A pesar de esto existe algo que nos echa para atrás a la hora de satisfacer nuestros deseos, a saber: la imagen que damos a los demás. Así, siempre que nos vean el resto de personas, sobre todo allegadas, trataremos de dar una buena imagen, pero en cuanto se den la vuelta volveremos a lo nuestro. Esto se debe a que también deseamos ser bien vistos o reconocidos por los demás.


Esta sociedad y la mayoría de los individuos que la componen huelen muy pero que muy mal. ¡Esto apesta por todos lados! Nuestras vidas están completamente vacías: si dios/es, sin autoridad, sin un plan, sin intención de progresar, sin leyes... Nos mueven nuestras apetencias más bajas y nos llevan a una situación de vacío profundo de la que nunca saldremos. No existe el valor de la palabra o la promesa, todo vale para satisfacer los apetitos, satisfacciones cortas y fugaces que situamos por encima de todo lo demás. Aun con esas satisfacciones momentáneas siempre nos faltará algo, siempre habrá un vació que, en cuanto nos detengamos por un segundo, nos asustará enormemente. Nos daremos cuenta de que nuestras vidas no transcurren siguiendo más que el mero capricho momentáneo, ¡ya no la supervivencia!


Este mundo podría ser comparado con un excremento. Y aunque parezca que soy el escritor más pesimista de la historia, no es así, ¡no lo soy!, ¿Saben por qué? Porque, como dicen muchos, en la vida todo tiene solución, menos la muerte, que ya no es vida. Para solventar este caos necesitamos hombres y mujeres unidos que luchen por un mismo fin: mejorar la vida humana y reducir el sufrimiento cósmico.


Necesitamos que el compromiso, la valentía, la honestidad y la unión se sitúen por encima de la ira, la gula, la lujuria, la codicia, etc. Necesitamos seres humanos que eduquen sus pasiones y las guíen al fin anterior, que busquen el perfeccionamiento humano. Necesitamos personas que se enfrenten al vacío existencial sin temor y lo llenen de sentido y buenas intenciones. Necesitamos un mundo nuevo y para ello nuevas personas, personas que luchen por la felicidad y la supervivencia digna, no por la satisfacción momentánea de deseos y pasiones. Necesitamos dioses y héroes, pero en la tierra y con forma humana. Necesitamos aprovechar lo que somos, no destruirlo.

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