sábado, 5 de mayo de 2018

Fe y Ciencia: Ser y Ente.

Admiro enormemente la pasión y determinación de los místicos que creen haber encontrado lo absoluto en sus tan elevadas experiencias. Admiro su valentía y coraje al decir que eso es así y hay que sentirlo; que la razón en esto poco tiene que hacer.

Admiro a los racionalistas que confían en el poder y eficacia del entendimiento y que creen que investigando y demostrando podemos llegar a resolver todo tipo de problemas y misterios. Admiro su afán de conocimiento y su actitud intelectual basada en lo que marque la evidencia.

Admiro muchas actitudes de muchas personas. Pero detesto otras que no hacen más que retrasar el proceso de perfeccionamiento al que creo que todos los humanos deberíamos someternos. Detesto que los místicos y espiritistas cierren la validez y el valor de sus experiencias en un fácil "no puede ser explicado por la ciencia", por tanto, hay algo más allá. Detesto que cierren su capacidad intelectual a sus agradables y extásicos estados de conciencia y no traten de dar una explicación al asunto. Me parece que caen en un modo de vida cirenaico que únicamente se basa y centra en el goce espiritual, en el sentirse protegido siendo parte de un todo mayor, en los estados de conciencia enormemente placenteros en donde dicen que se llega a lo inefable.

No acepto esa mediocridad ni ese individualismo. Después de todo, ¿qué importa si existe un dios si sólo se ocupan de meditar y de hacer gozar a su espíritu con esas experiencias tan elevadas?, ¿qué pasa con el resto de humanos -como yo- que no creen en todo eso y no son capaces de vivir en ese estado de ciega aceptación?, ¿acaso no tienen derecho a ser conocedores, como los místicos, de la verdad?



Pero también detesto a quienes se burlan de estos, a quienes afirman que todas las experiencias de las que hablan son chorradas. Detesto a los cientificistas y a los defensores y predicadores de lo convencional y actualmente aceptado. A los que creen que las teorías científicas son últimas y no necesitan mayores comprobaciones. A los que niegan a la ciencia y la filosofía, a los que no quieren saber sino limitar los campos del conocimiento para tratar de demostrar que todo lo que esté fuera de los mismos no tiene sentido o es una locura. A los que no quiere analizar y buscar y se ríen de todo lo místico y religioso. A los que creen que como no se ha demostrado algo considerar que es así y no de otra forma es una estupidez. A los que al intentar racionalizar irracionalizan y se bañan en modernos prejuicios.

Detesto los bandos. Pero también los admiro. Sé que muy posiblemente los miembros de ambas partes necesiten sujetarse a una base gnoseológica firme para así vivir epistemológicamente seguros y reconocidos como algo dentro de un grupo. Sé que muchos son enormemente inteligentes, pero muy posiblemente guiaron sus vidas por el camino equivocado.

Les pediría a ambos que no se cerrasen puertas. Que se unan y trabajen codo con codo para llegar a conocer la verdad, o, por lo menos, que ya es bastante, aguantarse y tolerarse en el intento. 

Descubrimos lo absoluto de la mano o nos respetamos y toleramos viviendo serena y adecuadamente en comunidad unos con otros. ¿Por qué no intentarlo?, ¿qué ganamos si continuamos de esta forma? Todo juntos es mucho más sencillo. Nunca es tarde. Intentémoslo.

lunes, 30 de abril de 2018

El absurdo de la vida

Quizá el sentido de la vida consista en buscárselo. Pero si uno busca mucho y nunca encuentra lo que pretende al final se cansa, se aburre. Sucede exactamente lo mismo en lo que respecta a asuntos cotidianos: uno busca sus gafas siendo incapaz de encontrarlas, lo que hace que al final cese la búsqueda. Se retira. Ya aparecerán, solemos decir.

Así me parece la vida, menos por el "ya aparecerán". A saber: una constante búsqueda de sentido que nunca llega a su fin. Y al no haber sentido se convierte en el mayor de los absurdos.


¿Para qué, pues, vivir si todo lo que hacemos carece de significado último?

¿Para qué intentar nada si todo se acabará diluyendo con el paso del tiempo?

¿Para qué, entonces, esforzarse si vamos a morir?


Para nada, pero aun así lo hacemos sin pensar. Hasta ese grado de absurdo llega nuestra vida. Es pura contradicción siempre que uno se pare a pensar en ella. Es consciente uno de que todo carece de sentido, pero aun así lo hace y se preocupa si no le sale bien. Hay algo, pues, detrás; un impulso que nos empuja, unas ganas de, una ambición que entra en constante conflicto con los planteamientos que llevamos a cabo al reflexionar.



Como en esa famosa película de Woody Allen se nos hace saber: "el cerebro dice muere y la sangre dice vive".

miércoles, 7 de febrero de 2018

Irrational Man: La película que piensa por sí misma

Filosofar apoyándose en diferentes películas es una tarea que presenta unas marcadas cara y cruz. Por una parte, brinda la capacidad y ocasión de empapar nuestro pensamiento y el de los demás con claras y penetrantes escenas y diálogos que plasman de forma directa gran cantidad de problemas y tópicos relacionados con la filosofía, a saber: la muerte, Dios o el sentido de la existencia. Pero, por otro lado, siempre despierta el cuestionamiento de hasta qué punto lo percibido como "profundo" y filosófico en la película no es un mero añadido del que intenta filosofar sirviéndose de su compañía.

Es cierto que esto último puede pasar muchas veces. Es más, a mí seguro que me ha pasado, ¡He intentado extraer un mensaje filosófico de las Tortugas Ninja! Obviamente, no percibe lo mismo un espectador común que disfruta de un filme por puro entretenimiento y goce estético que un graduado en filosofía, o incluso un doctor. Cada uno, pues, cuenta con un prisma y unas lentes diferentes para percibir y analizar una producción de este tipo. Aquí podríamos encontrarnos con otro problema esencialmente filosófico, a saber: eso que percibe el graduado o el doctor, ¿está realmente ahí?

Lo bueno de esta última pregunta, si es que se puede catalogar dentro de un marco axiológico a una pregunta (reflexión curiosa y problemática ésta), es que es fácil de ser respondida, pues no tenemos más que preguntar al director, guionista o autor de una película en cuestión si todo lo que creemos que está ahí, está realmente ahí. Y digo fácil porque existen muchas posibilidades de que sea respondida en vida, no como las grandes cuestiones acerca del Ser, Dios o la Nada, para las cuales contamos con poca esperanza de resolución. Es cierto que el director podría no contestar a nuestras cuestiones, bien porque no las entiende, porque está muerto o indispuesto, o simplemente porque no le apetece. A pesar de esto, existe un método de verificación más o menos sencillo que consiste en preguntarle. Sí, podría mentirnos o estar alucinado/drogado cuando nos conteste. Aun así, las probabilidades de contestar a la/s pregunta/s en cuestión son mucho más elevadas que en los demás casos.

Ahora bien, en el caso de los filmes de Woody Allen es muy probable que lo que apreciamos como tematizable u objeto de discusión filosófica dentro de los mismos esté ahí realmente. Sólo hace falta echar la vista a la gran mayoría de sus películas, plagadas de reflexiones acerca del sentido de la existencia, la muerte, el sufrimiento o el hecho religioso. Incluso al escuchar alguna de sus entrevistas o al leer algunos de sus pequeños ensayos podemos percatarnos de la existencia de esa constante reflexiva, que, por momentos, se torna en algo filosófico. Y claro, si la producción con la que pretendo que reflexionemos se titula Irrational Man y es protagonizada por un profesor de Filosofía Moral que se plantea dilemas a cada paso que da es muy probable que lo que extraigamos de la misma esté realmente en ella.


Llegados a este punto no pretendo despedazar por completo el filme, pues me parece digno de ver en varias ocasiones. Lo que sí realizaré es un pequeño muestreo de los temas y asuntos candentes presentes en la película sin entrar en ninguna escena particular en profundidad. Aviso ahora de que es inevitable un ligero spoileo para realizar lo anterior.

Bien, el protagonista principal es Abe Lucas, un profesor de filosofía de renombre y con fama de seductor que se traslada de universidad. Este sufre una crisis existencial dado que no encuentra una raíz a la que agarrarse en su vida o un sentido último que otorgue significado a todo lo que realiza. Dicho profesor no hace más que explicar los sistemas éticos y/o morales de diferentes autores como el de Kant o el de Kierkegaard, recogiéndose luego en casa o en la compañía de mujeres, dado que no encuentra una aplicación posible de lo que explica. La película nos lo presenta dormido en cierta medida, y, sobre todo, aburrido de vivir. Es, pues, la pura ejemplificación del hastío. Pero, en fin, conoce a una joven alumna que le devuelve en pequeñas dosis el entusiasmo por vivir, ese que era tan importante para Bertrand Russell.

Al final, el protagonista es conocedor de una situación que le parece completamente injusta y decide actuar acabando con una de las dos partes involucradas en la misma, es decir, matándola. A partir de este momento, en el que Abe considera que ha hecho algo noble que le ha brindado de nuevo la alegría y el entusiasmo por vivir, él mismo encuentra un sentido a su existencia. Comienza a sentirse vivo.


Llegados a este punto comienzan a surgir una serie de cuestionamientos acerca de si está bien o mal lo que ha hecho Abe, si es necesario realizarlo nuevamente, o si ha merecido la pena. Para él, obviamente, la respuesta a todas estas preguntas es positiva, pues considera convencido que ha escapado de la cárcel de la rutina, la abstracción, el aburrimiento y el absurdo, y a partir de ese acto comienza a vivir de forma plena, pues lo determina como el paso constituyente de la afirmación vital, como el acto de responder sí a la vida, de autoafirmarse y de posibilitar la existencia de un sentido en todos los pasos que dé con posterioridad.

Para la otra, la policia y su enamorada, lo realizado no ha sido un acto de afirmación vital, sino la negación y el cese de la vida de otro individuo. Ha situado, pues, su voluntad por encima de la del individuo asesinado de forma abusiva y aplastante. Es, entonces, para ellos, algo incorrecto, aparte de ilegal, pues, a pesar de que una de las partes de la situación que Abe consideraba injusta tenga  ventaja  sobre la otra y pueda sacar provecho de la misma, existe un procedimiento para resolver este tipo de problemas, el cual es el procedimiento jurídico, o lo que todos conocemos como vía legal.

Ahora bien, la justicia (refiriéndome con esta palabra a la organización jurídica de una nación concreta y no a la justicia en sí misma o idea de justicia) iba a beneficiar casi seguro a la parte causante del problema, pues ésta era juez, y no se iba a resolver de la forma adecuada todo el embrollo. Por eso, el protagonista del filme decide actuar para conseguir que dicho juez no se saliese con la suya borrándolo para siempre del mapa. Así, aunque Abe parezca a simple vista un asesino, su actuación recorre una línea muy fina entre la integridad y el respeto al deber y la injusticia o la incorrección. Esto presenta diferentes cuestionamientos que difícilmente se pueden resolver, aparte de que toma presencia una situación tanto curiosa como paradójica de la que hablaré más adelante. Algunas de estas inquietudes son: ¿hasta qué punto matar a otro individuo está mal?, ¿hasta qué punto es noble?, ¿hasta qué punto la justicia es justa?, ¿hasta qué punto es imparcial?, ¿cuándo está actuando uno con integridad y adecuación y cuándo esta interpretando mal el contexto previo a su actuación y su propia actuación?, ¿qué está bien?, ¿qué no?

Por otro lado, la situación es paradójica porque Abe estimula su pensamiento y el de sus alumnos con constantes dilemas hasta el punto de que su propia vida se convierte en uno más a ojos externos. La situación ante la que este profesor se planta nos puede llevar a considerar una de las cuatro grandes preguntas sobre el ser humano formuladas por Kant, a saber: ¿qué debo hacer?


¿Qué debería hacer o haber hecho, pues, Abe?, ¿Debería permitir que se cometiese una injusticia o cometerla él para evitarla? Pero, realmente, ¿qué es una injusticia?

 

lunes, 5 de febrero de 2018

Tratando de acabar con Dios: John Niemeyer Findlay

El tema de Dios siempre ha sido recurrente y repetitivo dentro de la historia de la filosofía. Muchos filósofos incluso han considerado a ésta como una reflexión en torno al theos, a lo divino.

A pesar de que Nietzsche mató simbólicamente a Dios en varias de sus obras y liberó a los seres humanos de la necesidad de pensarlo y de preocuparse por él, en el siglo XX la reflexión en torno a las cuestiones religiosas y la existencia de Dios se vio incrementada sobremanera por diversas circunstancias (véase el artículo "Parece que Dios nunca murió", https://elsillondelosilustres.wordpress.com/2014/11/19/parece-que-dios-nunca-murio/, donde lo explico). Bien es cierto que la preocupación en torno al theos existía tanto porque unos querían deshacerse de él como porque otros pretendían reforzar la creencia en el mismo.

Uno de los que pertenecía al primer grupo era el filósofo sudafricano John Niemeyer Findlay, quien en 1948 publicó el artículo "Can God´s Existence be Disproved?" ("¿Puede ser refutada/negada la existencia de Dios?") argumentando y tratando de demostrar que la propia creencia en Dios nos llevaba a no aceptar su existencia. Esto lo hizo a su manera, por supuesto.

La propuesta de Findlay se estructura del modo en que sigue:

1) Exposición de la incapacidad histórica de elaborar un argumento sólido en favor de la existencia de Dios.
2) Definición / esclarecimiento de qué es Dios para la mayoría de los creyentes, sino todos.
3) Contra-argumentación basada en el sinsentido de la esencia divina.


Con respecto a lo primero, el natural de Sudáfrica defiende que la historia de la filosofía está repleta de argumentos a través de los que se intenta demostrar que Dios existe. Unos se basan en las necesidades que establecen las leyes del pensamiento (si es que algo así existe) y otros en "hechos de la experiencia". Ninguna de estas pruebas, según él, es capaz de demostrar la existencia de Dios ni tampoco de ser verdadera. Por una parte, las primeras no son más que falacias, puesto que no se puede vincular el pensamiento abstracto con la realidad concreta, y, por la otra, para las segundas existen gran cantidad de posibilidades en contra (Por ejemplo: Un individuo defiende que Dios existe porque en la naturaleza existe un cierto orden, pues se producen regularidades como los ciclos estacionarios. Pero claro, aunque exista este caso a favor, existen otros tantos en contra, como la entropía presente en el universo, el cual tiende al desorden desde que fue engendrado en el Big Bang, o, si nos ponemos cómicos, el revoltijo de ropa que yo mismo tengo encima de la cama).

Así, para Findlay, las personas religiosas han de aceptar que no existen auténticas pruebas que respalden sus creencias, lo cual puede ser hasta positivo para ellas, pues dicho ente debería sobrepasar cualquier posibilidad de demostración.

En relación con la segunda parte de la propuesta, Findlay establece qué entiende él por Dios, o mejor dicho, qué entiende que entienden los demás por Dios. Principalmente, afirma que es el objeto al que se adecuan todas las actitudes religiosas, es decir, el objeto ante el que las personas religiosas se postran y al que se someten y adoran con entusiasmo. El mismo excede a los seres humanos sobremanera, lo que lo hace objeto de su devoción. Y no sólo los excede a ellos, sino a todo cuanto existe (Para esclarecer esto considero muy oportuno prestar atención a la sentencia islámica por antonomasia, a saber: Allahu akhbar. Ésta significa el dios (Al-Ilah)  es el más grande, es decir, que no existe nada por encima de él, pues es la suma magnificencia y perfección, o como diría Plantinga es el Ser Máximamente Grande). A su vez, todo cuanto existe ha de proceder de dicho ente y nada puede pensarse sin él, aparte de que engloba tanto lo actual, lo que está siendo, como lo posible, lo que puede ser. Por último, Findlay considera que no existe meramente, ni la dependencia de los objetos para con él es casual, sino que esencialmente es un ser que existe, pues uno de sus atributos es el de existir, lo que implica que existe necesariamente, estableciendo así un vínculo de necesidad con todo el universo de cosas y de cualidades.


En lo tocante a la tercera parte, el pensador sudafricano expone lo que sigue:

1) La existencia de Dios es imposible. Es más, es un completo sinsentido, pues nuestras mentes pueden pensar un mundo en el que existan objetos contingentes sin necesidad de acudir al theos. A su vez, esto no entraña dificultad alguna, como tampoco que dichas cosas puedan poseer características excelsas sin que estas emanen de esa fuerza suprema.

2) Por otro lado, y siguiendo la tesis de Kant en relación a las proposiciones necesarias, Findlay considera que las denominadas verdades necesarias solamente conectan las posibles instancias de varias características con otras, pero no predican nada de la existencia de las mismas (Por ejemplo: la proposición "un triángulo tiene tres lados", según esta idea no establece ni afirma en ningún momento que un triángulo existe, sino que en el caso de que exista tiene tres lados necesariamente).

3) Por último, el filósofo sudafricano defiende que la necesidad que se predica en algunas proposiciones no es más que un simple juego del lenguaje con el que exclusivamente se refleja nuestro uso del mismo.

Hasta aquí he expuesto de la forma más fiel y amena que he podido los planteamientos que Findlay desarrolla y expresa en el artículo "Can God´s Existence be Disproved?" (1948).

Ahora me gustaría criticar una parte de los mismos, pues considero que Findlay cae en el error en algunas de sus consideraciones. Principalmente, percibo que dicho autor simplifica la experiencia religiosa y de la presencia de lo divino y numinoso de una forma casi insultante, pues sin conocer gran parte de las religiones a las que hace una mención general se ve en el completo derecho de definir cuál es el objeto por excelencia al que estas adoran, lo cual percibo como un error dual, ya que no me parece oportuno denominar al ente o ser supremo como un objeto, dadas las características que este posee, y, por otro lado, debería de ser un conocedor de la deidad suprema de cada una de estas manifestaciones religiosas para establecer tamaña simplificación, si es que estas poseen algo de ese tipo, ya que, por ejemplo, los budistas y los taoístas no adoran a ningún ente superior.

Luego, en lo que respecta al argumento final de Findlay, veo oportuno mencionar que no ofrece ninguna justificación sólida de porqué Dios es un absurdo y un imposible, pues casi llega a afirmar que el theos no existe porque podemos pensar un mundo sin él. Esto, para mí, sí que es un completo absurdo, ya que, por ejemplo, también se podría pensar un mundo sin manzanas, lo que no implica que estas no existan en éste.

Con respecto a la aplicación del criterio kantiano no hay mucho que decir, más que a pesar de que una verdad necesaria no predica la existencia de algún ente u objeto, sino que únicamente predica que si dicho objeto existe tiene unas propiedades concretas. Así, pues, esto no demuestra que Dios no exista, sino únicamente que la existencia no puede ser predicada en una proposición de tal calibre, lo que nos tendría que llevar a transitar senderos diferentes como serían diversos argumentos del tipo cosmológico o teleológico, y no partir de proposiciones necesarias para demostrar que Dios existe. Esto, considero, es completamente innecesario, pues si se mantiene dicha proposición como una verdad en sí misma, ¿por qué se trata de demostrar a través de un procedimiento lógico?, ¿no sería más fácil afirmar "Dios existe" sin tomarse tantas molestias?

En fin, lo poco que aporta Findlay, bajo mi punto de vista, si es que realmente aporta algo y no desempeña una tarea genuinamente fangosa, es la consideración de que todavía no existe un argumento sólido en favor de la existencia de Dios, sino que todos están inmersos en una cantidad de problemas enormes que les hacen perder ese estatuto de privilegio. El mismo Plantinga lo afirma en God and Other Minds (1967) y en The Nature of Necessity (1974) donde considera que la primera proposición de su argumento ontológico modal (1. Es posible que Dios exista) puede ser tenida tanto como verdadera como falsa.


¡Qué tengan un buen día!



miércoles, 31 de enero de 2018

Por qué The Sims cambió mi vida

Si pretendo ser sincero no puedo precisar el año en que empecé a jugar a The Sims, ni tampoco las horas que he estado inmerso en dicho videojuego. En fin, consideremos, de forma muy aproximada, que empecé a jugarlo a principios de los 2000 y que las horas dedicadas a dicha actividad han sido la concreta cantidad de muchísimas.

Este juego, como todos los que lo hayan probado sabrán, es una simulación, aparte de una obra maestra. La dinámica del mismo consiste en preparar las condiciones necesarias para dirigir la vida y desarrollo de un núcleo familiar más o menos extenso. Es preciso, pues, adquirir una parcela de terreno, prepararla y construir sobre la misma lo necesario para que se cumpla todo lo anterior. Aparte de esto, el usuario también tendrá que guiar a los individuos que viven en la casa que ha preparado para que tomen decisiones. Así, los controlará para que coman, se aseen, se entretengan, hagan ejercicio, rieguen el jardín, estudien, llamen por teléfono, usen el ordenador, vayan a la escuela, acepten/declinen ofertas de trabajo, etc.

Hasta aquí nada parece excesivamente llamativo, pero lo que es cierto es que existe un aspecto que puede despertar nuestra atención si reflexionamos mínimamente acerca de la relación de la dinámica de dicho videojuego y del desarrollo de nuestras vidas, pues algunas facetas de The Sims pueden llevarnos a realizar consideraciones serias acerca del estatuto de lo que denominamos comúnmente realidad. Es más, una reflexión profunda podría llevarnos a preguntas tales como: ¿qué es real?, ¿somos libres cuando decidimos?, ¿todo lo que nos rodea es real o es producto de una mera simulación?


Bien, cuando uno cambia su política de actuación a la hora de jugar y se dedica única y exclusivamente a observar qué hacen los entes simulados se podrá percatar de algo sencillamente, a saber: que parece que estos obran libremente. Es cierto, el usuario no interviene en absoluto en el juego y no introduce ningún comando, simplemente deja a la simulación actuar bajo su "libre arbitrio". Los entes que en ella se han generado comienzan a realizar acciones sin que nadie se lo ordene: se preparan la comida, comen, ven la televisión, se bañan en la piscina, realizan diversos ejercicios en el gimnasio, juegan a videojuegos. Incluso, de forma muy llamativa, se colocan unas gafas de realidad virtual y disfrutan de las aventuras en las que estas los sumergen. Y uno llega a pensar que estos individuos podrían poseer cierto grado de libertad dentro de la simulación. Es más, que incluso poseen conciencia de sí mismos y deciden qué hacer en cada momento.



Siendo realistas, al ser la primera entrega de The Sims un videojuego no demasiado desarrollado, puesto que fue lanzado, como dije al principio de la entrada, en los tempranos 2000, es legítimo dudar completamente de lo que acabo de decir, a saber: libertad de los entes simulados, autoconciencia, toma de decisiones... Pues, para ello, se necesitaría una "maquinaria mucho más pesada", es decir, una cantidad de detalles y mejoras profundas y radicales introducidos/as en el videojuego. Se tendría, pues, que complejizar enormemente todo el sistema.

A pesar de esto, la idea central no se hace ni mucho menos a un lado, pues podemos problematizar de igual modo acerca del estatuto de la realidad en la que creemos que nos ha tocado vivir. Es cierto que el universo de The Sims es mucho más sencillo que el nuestro, pero empleando la analogía a partir del desarrollo de dicho videojuego podríamos considerar también que nuestra vida es una simulación con un grado de complejidad mayor. Esto implicaría que la sensación que tenemos de ser libres, de elegir, de tomar decisiones y demás no es más que eso, una mera sensación dentro de una simulación donde todo estaría dirigido a través de unos cánones y pautas que se han establecido, y que nos llevan a actuar de una forma concreta. Por tanto, la libertad que experimentamos, la cual consideramos como fuente de posibilidades y, a la vez, como posibilidad de elección, sería una sensación más a través de la cual se nos ha programado.

A fin de cuentas, no existe, bajo mi punto de vista, ningún argumento sólido que nos lleve a considerar que lo que denominamos realidad es realmente lo real y que nuestra vida y todo lo que nos rodea y experimentamos es el resultado de una complejísima simulación realizada por sabe Dios qué. Quizá transhumanos que se divierten en sus avanzadas computadoras observando nuestras peripecias y desventuras, como propone Bostrom (2003), quizá entes de otros planetas...

¿Quién nos asegura, pues, que no estamos viviendo en una Matrix?


Que tengan un buen día.