Filosofar
es exigir a las verdades su certificado de autenticidad, su veracidad, su
certeza absoluta y no aceptarlas como verdades hasta que esta certeza sea
conseguida. Estamos rodeados de “verdades” que aceptamos sin rechistar y sin
duda porque la tradición y la cultura así nos lo han impuesto y así nos dicen
que es lo verdaderamente correcto, pero sabemos que lo correcto es muy
relativo, que lo correcto para mi puede ser incorrecto para otro, o quizás no
sea así y allá una serie de acciones y valores correctas/os.
El papel del
filósofo, aunque suene algo redundante y pueda parecer que es una broma es
comprobar la realidad de “la realidad”, lo verdaderamente real que nos rodea,
el mecanismo de la misma realidad y no dejarse llevar por las apariencias de
las formas ni por su envoltorio. Definir el filosofar es algo complicado, pues
al contrario que la ciencia no tiene objeto y si se le propone alguno, al
pensar en torno a él, estamos reflexionando; decimos que no tiene objeto porque
la labor filosófica no tiene nada propio en lo que aplicarse y el filósofo es
incapaz de transformar nada, únicamente sus pensamientos.
El filosofar es
una tarea contemplativa, una tarea de reflexión, muy específica y compleja,
pues el filósofo a diferencia de los científicos y de los religiosos que poseen
hipótesis y creencias, sólo posee un ojo, el ojo de la razón y el de la
facultad de ver, el de pensar.
El asombro es el
origen de la filosofía, el cual produce una reacción limpia frente a algo nuevo
y desconocido, una reacción sin ningún tipo de prejuicios. Pensar no es
únicamente registrar y el filósofo no estará satisfecho con acumular
conocimientos, sino que desea entender y para ello necesita asombrarse,
necesita sorprenderse por todo lo que le rodea, sin que se vea nublada en
ningún momento su capacidad para ver.
La filosofía no
se preocupa porque no consiga dar respuesta a todas sus preguntas; no le
importa asombrarse, es más, lo necesita para entender mejor la realidad, para
descubrir el mecanismo de la misma, para conocer la llave que abre la
inteligencia del mundo, lo que está verdaderamente debajo del envoltorio de las
formas y apariencias.
¿Quién es capaz
de responder?:
a)
¿Existe
Dios? Nadie sabe.
b)
¿Es
posible demostrar su existencia o su no-existencia? Nadie sabe.
c)
¿Hay
vida después de la muerte? Nadie ha vuelto para contarlo.
d)
¿Somos
todos iguales? Sí, pero no; no, pero sí.
e)
¿Es
mejor la bondad o la verdad? Nadie es capaz de estar seguro de esto.
f)
¿Existe
el mal? ¿Existe el bien? Existe el bien, el mal es falta de bien; existe el
mal, el bien es una ilusión; no existe nada de eso, es todo cosa de nuestra
mente. ¿La ciencia qué dice? Nada.
La religión da
respuestas cerradas a todas estas preguntas; Dios existe porque lo dicen las Escrituras, es posible demostrar
su existencia acudiendo a esas Escrituras, hay vida después de la muerte,
porque lo dicen esas Escrituras, Dios y todos los profetas, todos somos iguales
porque somos creaciones del mismo ser y todos tenemos su chispa, el alma, no es
mejor ni la bondad ni la verdad, porque dentro de la bondad está la verdad, por
tanto esta pregunta será absurda, no existe el mal, sólo existe el bien, pero
el hombre al ser libre y tener poco amor en su corazón, hace el mal.
El ateo,
partidario de la ciencia, hombre moderno e “intelectual” dirá que Dios no
existe porque no hace falta, que no hay vida tras la muerte porque somos
puramente animales y que sin cuerpo no podríamos vivir, que no somos todos
iguales, porque hay algunos mejores o peores, por evolución o por genética,
aunque todos debemos ser tratados de la misma forma, no se mojará en la
pregunta de la bondad y la verdad, considerando que cada uno verá lo que hace y
lo que piensa, la pregunta del bien y del mal la contestará diciendo que existe
el mal y como el mal existe, no cree en Dios.
El filósofo, más precavido y más reflexivo, se
parará ante estas preguntas asombrado y responderá con un rotundo NO SÉ, voy a
intentar saberlo y a ello se dedicará sin tener miedo a no obtener la respuesta,
pidiéndole el pasaporte a todo conocimiento que adquiera o a todo lo que
percibe, diciendo: eh tú, ¿en verdad eres real?, espera que vamos a comprobarlo…
Se sentará en su sillón, en su butaca o en su silla o si quiere se sentará en
medio de un prado o debajo de un árbol y se parará a pensar el porqué de todo y
el porqué de creerse todo lo que la tradición, la cultura y las personas le
transmiten y se planteará nuevas ideas, reflexiones diferentes, seguramente
algunas sean estrafalarias, extravagantes, sumamente diferentes, pero aunque
parezcan inverosímiles se dirá: ¿por qué no?
Filosofar
es, en definitiva, practicar filosofía de la manera más pura posible, haciéndose preguntas y tratando de darles
respuesta, alejándose de la rasgada capa de los prejuicios y de la ilusión de
las apariencias, asombrarse ante todo y ver todo como si fuese algo nuevo,
porque, ¿qué es la filosofía sin asombro?, ¿qué es la filosofía sin preguntas?,
¿qué es la filosofía sin examen?