Nos rodea un mundo repleto de normas, leyes y principios
reconocidos que nos hacen actuar de una forma determinada en cada momento. En
la mayoría de las ocasiones estas normas son contrarias a nuestras apetencias e
impulsos, y las cumplimos por miedo o por ansias de reconocimiento social. Muy
posiblemente, si alguno de nosotros tuviese la capacidad de ser invisible
evadiría toda esta legalidad y haría lo que le viniese en gana en cada momento.
Que le prometí a un amigo que no tendría relaciones sexuales con su antigua novia,
si no me ve no tengo de qué preocuparme; puedo hacerlo. Que prometí a mis
padres que nunca aceptaría un soborno, si no se enteran no pasa nada; también
puedo.
Y es que queremos mostrar que nuestra conducta es correcta y
trabajada, pero no somos capaces de educar nuestros impulsos y apetitos más
bajos, y usamos cualquier artimaña para saciarlos en cualquier momento. No
importa el conocimiento, el trabajo o las leyes, sólo importa la satisfacción
desenfrenada, la cual, por otro lado, pone muchas veces en juego nuestra vida o
salud (véase el caso de un diabético que come dulces o un cocainómano). A pesar
de esto existe algo que nos echa para atrás a la hora de satisfacer nuestros
deseos, a saber: la imagen que damos a los demás. Así, siempre que nos vean el
resto de personas, sobre todo allegadas, trataremos de dar una buena imagen,
pero en cuanto se den la vuelta volveremos a lo nuestro. Esto se debe a que
también deseamos ser bien vistos o reconocidos por los demás.
Esta sociedad y la mayoría de los individuos que la componen
huelen muy pero que muy mal. ¡Esto apesta por todos lados! Nuestras vidas están
completamente vacías: si dios/es, sin autoridad, sin un plan, sin intención de
progresar, sin leyes... Nos mueven nuestras apetencias más bajas y nos llevan a
una situación de vacío profundo de la que nunca saldremos. No existe el valor
de la palabra o la promesa, todo vale para satisfacer los apetitos, satisfacciones
cortas y fugaces que situamos por encima de todo lo demás. Aun con esas
satisfacciones momentáneas siempre nos faltará algo, siempre habrá un vació
que, en cuanto nos detengamos por un segundo, nos asustará enormemente. Nos
daremos cuenta de que nuestras vidas no transcurren siguiendo más que el mero
capricho momentáneo, ¡ya no la supervivencia!
Este mundo podría ser comparado con un excremento. Y aunque
parezca que soy el escritor más pesimista de la historia, no es así, ¡no lo
soy!, ¿Saben por qué? Porque, como dicen muchos, en la vida todo tiene
solución, menos la muerte, que ya no es vida. Para solventar este caos
necesitamos hombres y mujeres unidos que luchen por un mismo fin: mejorar la
vida humana y reducir el sufrimiento cósmico.
Necesitamos que el compromiso, la valentía, la honestidad y
la unión se sitúen por encima de la ira, la gula, la lujuria, la codicia, etc.
Necesitamos seres humanos que eduquen sus pasiones y las guíen al fin anterior,
que busquen el perfeccionamiento humano. Necesitamos personas que se enfrenten
al vacío existencial sin temor y lo llenen de sentido y buenas intenciones.
Necesitamos un mundo nuevo y para ello nuevas personas, personas que luchen por
la felicidad y la supervivencia digna, no por la satisfacción momentánea de
deseos y pasiones. Necesitamos dioses y héroes, pero en la tierra y con forma
humana. Necesitamos aprovechar lo que somos, no destruirlo.