miércoles, 9 de julio de 2014

El derecho de ganar o el deber de la victoria.

Derechos tenemos todos, nadie puede ponerlo en duda, eso sí, a pesar de que la mayoría de los sistemas propongan la igualdad de los mismos en todas las personas, a la hora de la verdad no es así. No todos gozamos de los mismos derechos, o al menos, no todos podemos hacerlo, por ejemplo, si no somos jugadores de tenis y no se ha dado un punto o una fuera dudosa, no podemos pedir al juez que utilice el ojo de halcón. De ese beneficio sólo pueden gozar ellos y no el resto de personas. El mismo caso se daría con el capitán de un equipo de rugby o fútbol, cuando se produce un lance dudoso en el juego que el colegiado sanciona beneficiando o perjudicando a un equipo, el máximo representante del mismo, el capitán, puede protestar, siempre de manera respetuosa, la acción, al árbitro. Por tanto, tiene un derecho por encima de los demás, el de protestar, o mejor dicho, reclamar. Es una absoluta mentira que todos gocemos de los mismos derechos y libertades, no hay más que leer lo previamente expuesto para auto-convencerse de ello. Que no nos engañen, derechos tenemos todos y muchos, pero no los mismos que un bombero, un policía, un futbolista o un tenista. Tampoco tiene los mismos derechos una persona en paro que otra con trabajo, obvio y cristalino.


Otro aspecto, serían los deberes, los cuales son obligaciones que recaen sobre todos nosotros, y aquí, sí que coinciden, mucho más, los pertenecientes a unos y otros. Todos tenemos que pagar impuestos, bien es cierto que la cantidad de dinero que aflojemos, depende en cierta medida, de nuestra renta, pero al fin y al cabo, tenemos esa obligación, la de pagar unas tasas al Estado. Tenemos la obligación de respetar la bandera de nuestro país o nación y las de las diferentes comunidades autónomas, obligados, en cierto modo, a saber comunicarse en castellano, al ser la lengua oficial del Estado. Se podrían reconocer las obligaciones como "no-derechos", es decir, impedimentos de algún tipo de los mismos, por ejemplo:

El rey, al ser el Jefe del Estado, ha de ser imparcial y no mojarse a la hora de hablar de política, tampoco puede votar en unas elecciones. Por tanto, no tiene derecho a voto, o lo que es lo mismo, está obligado a no votar o tiene el deber de no hacerlo. Yo, en cambio, aunque no recibo un salario de más de 120.000 € al año por parte del Gobierno, puedo hablar de política públicamente y puedo votar a quien me venga en gana.

Sigue siendo mentira, pues, que todos, hombres y mujeres, nazcamos con los mismos derechos y obligaciones, y eso que vivimos en "la sociedad más justa posible", imagínense la más injusta, ¡Qué horror!



Un punto que está muy presente en nuestras vidas es el de ganar, ganar en cualquier juego o deporte. Esto consistiría en salir victorioso de una lucha o guerra contra uno o varios rivales, por parte de un hombre o un equipo. Ganar queremos todos, ya lo decía Jorge Valdano, gran jugador y mejor persona (como siempre se dice), ¿Es ganar un derecho o, por el contrario, es un deber? Si se entiende como una obligación, haría que una serie de intereses por parte de diferentes oponentes se pusiesen cara a cara y triunfasen unos sobre otros. El deber de ganar llevado a cabo por unos, haría que otros no lo lograsen, algo injusto y poco coherente, ya que si todos tenemos el deber de hacerlo, todos tenemos que hacerlo, entonces, ¿por qué unos lo hacen y otros no? Considero que es menos atrevido y más lógico, establecer el acto de ganar como un derecho, algo a lo que podemos aspirar, pero a lo que no muchos logran llegar, no es fácil, hay que esforzarse. Todos tenemos las mismas ganas de vencer, todos tenemos el mismo derecho de batir a nuestro oponente, todos, más o menos limitados por nuestras capacidades, tenemos, en principio, las mismas posibilidades de triunfar que el resto; si Tahití fuese al Mundial de Rusia de 2018 (hablamos de fútbol) , tendría el mismo derecho y las mismas posibilidades de salir victoriosa que los 31 equipos restantes, aunque a priori venga de una confederación más débil, como es Oceanía y se la considere como "La Cenicienta" del grupo de la muerte formado por Brasil, Italia y Alemania. Tahití empieza la competición con su casillero a cero como el resto de combinados nacionales, tiene derecho a ganar, como los demás, aunque presumiblemente no las mismas ganas, ya que las grandes potencias, al saborear el éxito de hacerlo, quieren repetir, para así también tallar sus nombres en el Olimpo.


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